Las causas subyacentes y el verdadero desastre
Pero el desastre en Haití no fue el movimiento sísmico. El verdadero problema no fue una falla que se movió lateralmente y que con toda certeza lo seguirá haciendo en los próximos meses y años. La catástrofe son los dos millones de personas que deambulan por las plazas y calles y que viven en espacios precarios superpoblados, con escasos medios de protección contra la intemperie. Es el medio millón de desplazados internos, que hoy nadie sabe adónde y en qué condiciones están, ni en qué medida se han llevado consigo, entre sus ropas, el riesgo del que huyen, con sus necesidades perennemente insatisfechas.
El desastre en Haití es una población mayoritariamente pobre que hoy se encuentra en las peores condiciones de inseguridad, condiciones que antes del sismo caracterizaban sobre todo las zonas de exclusión más violenta de los asentamientos precarios de Carrefour Feuilles, Bel Air o Cité Soleil, entre otros. Hoy, miles de personas que luchaban diariamente por alejarse de esa realidad de espanto se encuentran sumidas en ella, en la marginalización extrema, la insalubridad y la intemperie; la desesperanza de quienes tocan fondo.
La misma información científica sirve para constatar estas aseveraciones: en la historia reciente, pocos eventos sísmicos de una escala similar habían provocado una cantidad de muertos y daños tan importantes como los que acontecieron en Haití. Los efectos del sismo superaron los de todos los terremotos que se han registrado desde 1900, aun aquellos que registraron magnitudes mucho mayores. La información científica, aún en proceso de estudio, indica que la liberación máxima de energía del terremoto estuvo orientada hacia las zonas de Léogane, Petit Goâve y Grand Goâve, hacia el suroeste de Puerto Príncipe, mientras que la ciudad estuvo sometida a una descarga de energía sensiblemente menor. Los especialistas coinciden en que la intensa destrucción tiene
más que ver con la densidad urbana y el modo de construcción de viviendas que con la distribución de la energía sísmica.
Por eso, entender las razones que han generado estos efectos permitirá comprender mejor lo que sucedió en Haití, identificar sus causas y analizar hasta qué punto su población se encuentra hoy en un riesgo mayor al del pasado. La clave es el desarrollo. El Informe de evaluación global sobre la reducción del riesgo de desastres señala que «los países más pobres se ven afectados por riesgos de mortalidad y de pérdidas económicas en grados desproporcionadamente más elevados si se los compara con niveles similares de exposición a amenazas». El informe incluye «estudios de caso en ciudades concretas que indican que tanto la incidencia de desastres como las pérdidas se vinculan con procesos que hacen que aumente la exposición de las personas pobres a amenazas, como por ejemplo la expansión de asentamientos informales en zonas propensas a amenazas».
No es la amenaza física, en este caso la actividad sísmica, lo que determina la magnitud de la catástrofe, sino la exposición de los grupos sociales. Esto es resultado de la estrecha relación entre pobreza y vulnerabilidad, que se sintetiza en el gráfico de la página siguiente y que en el caso haitiano dio como resultado un complejo y elevado riesgo de desastre.
El nexo entre pobreza y riesgo es más que evidente en Haití. Las cifras son elocuentes. Haití es el país más pobre del continente: 80% de su población, antes del sismo, sobrevivía con menos de dos dólares al día. El entorno está degradado a niveles impresionantes, con solo 2% de cobertura forestal y con procesos galopantes de erosión y pérdida de tierras cultivables. La principal fuente de energía es el carbón vegetal, y hasta el momento prácticamente ningún intento de frenar la deforestación ha sido exitoso. La escasa rentabilidad en la agricultura y la baja competitividad de sus productos de exportación, dadas la inequidad de los aranceles y la injusta protección en los países desarrollados, generan un elevado flujo migratorio, de unas 75.000 personas al año, hacia las ciudades, donde se registra una urbanización caótica y desenfrenada, con procesos de construcción anárquicos y sin ningún control. Los cerros de la ciudad estaban cubiertos de pequeñas viviendas construidas en un cemento pesadísimo y de mala calidad, aglomeradas unas encima de las otras. Muchos edificios de más de cinco pisos, producto de incipientes procesos de inversión extranjera,
comenzaban a alterar el paisaje urbano, la mayoría de los cuales también se vio afectada por la mala calidad de su construcción. Por otra parte, Haití cuenta con un Estado débil, permanentemente afectado por crisis políticas y conflictos, muchos de ellos determinados por intereses extranjeros, que generan condiciones de escasa gobernabilidad y corrupción.
Pero, más allá de este panorama general, hay que distinguir los factores globales y subyacentes del riesgo, cuya configuración se analiza en el gráfico. En primer lugar, el riesgo cotidiano (la población expuesta a la inseguridad alimentaria, enfermedades, delincuencia, etc.) que afectaba a una abrumadora mayoría de haitianos. Paralelamente, un riesgo extensivo, que también afectaba a la población más dispersa, exponiéndola a miles de impactos de pequeña escala, pero altamente significativos para sus medios de vida. Fue este riesgo extensivo, presente en toda la zona rural, el que generó una presión permanente sobre los centros urbanos, con altas tasas de inmigración, que elevaron la densidad urbana y la exposición al desastre. Y, por último, el riesgo intensivo, que se ha hecho manifiesto en la zona metropolitana de Puerto Príncipe, con las características extremas que ya se han visto.
Claramente, el desastre que se inició el 12 de enero a las 16:53 no se generó en el subsuelo haitiano: la causas estaban en la superficie y siguen ahí, ancladas en el desarrollo histórico, la exclusión y la configuración espacial del área metropolitana de Puerto Príncipe y Pétionville.